domingo, 3 de febrero de 2008

Cloverfield o: Cómo Dejé de Preocuparme y Amé al Monstruo.

Realmente no me gusta hacer reviews de nada. Escucho un disco que me marca eternamente, o leo un libro que me patea el cerebro, o como en este caso, una película que me deja anonadado. Me siento frente a la laptop (o a la pc cuando no estaba dañada, lol), y comienzo a teclear como loco, y pienso “¡ESTE VA A SER EL MEJOR, EL MÁS APASIONADO REVIEW SOBRE [disco/libro/película] QUE NADIE HAYA ESCRITO O LEÍDO JAMÁS!”. Pero a los diez minutos me canso. Y generalmente termino diciendo “mejor libro ever”, o “mejor película ever” o “mejor disco ever”. Agrego uno o dos o tres adjetivos exagerados [brutal, genial, descomunal, etc], y listo. Esta vez, sin embargo, es distinto.

Primero, lo primero: no es Godzilla. No es ni remotamente parecido a Godzilla. Ni por el diseño del monstruo, ni por la estructura de la historia. Tampoco se parece a nada que se haya visto antes. “Ah, ¿y es que acaso nadie nunca antes jamás ha visto una película de monstruos?” Todos han visto una, al menos. “Oh, entonces, ¿nadie nunca jamás ha visto una película de desastre?” Todos han visto una. Todos han visto muchas. Pero nunca así. “Ah, ¿es entonces la cuestión de la cámara, no?” Sí y no. “Ah, ¿es que el monstruo se ve apenas un poquito, de vez en cuando, no?” Sí y no. “¡Oh, oh! ¡Ya entiendo! Que al final-

No cuentes el final. Sh. Y sí, sí es por el final. Y no, no es por el final.

Es todo eso. Pero también mucho más. Muchísimo más. Es también lo que no se cuenta, lo que apenas se sugiere, lo que sólo se imagina. Cuando todo comienza a colapsar, cuando el mundo se está acabando, es inevitable ponerse en el lugar de los personajes (bien desarrollados, mal desarrollados, ¿qué importa?), es inevitable pensar “¿yo haría eso?, ¿cómo me comportaría en ese caso?”. Es inevitable sentirse abrumado por tanto caos. Es inevitable sentirse parte del caos. Es inevitable sentir ganas de llorar y de gritar ante tanto absurdo. Es una de las pocas películas de alcance tan grande que hace al espectador miembro activo (tan activo como se puede, claro) de la historia.

Puede haber muchas referencias eventos recientes. A nivel mundial. Pero lo importante no es a qué haga referencia, sino al elemento común de todos esas referencias. Es el mono lampiño, seguro de su dominio indiscutible sobre el resto de las especies, enfrentado a una criatura que condensa una de las más grandes y más dolorosas verdades ontológicas: no controlamos nada. No tenemos poder sobre absolutamente nada. Ni sobre lo más pequeño. Pero, a pesar del pesimismo inherente, hay un poquito de optimismo. A pesar de saber que su destino está marcado desde el principio, una fuerza más grande que cualquier cataclismo, que cualquier bombardeo, que cualquier criatura descomunal, conduce a los personajes. La esperanza. La necesidad de creer en algo, en alguien. De aferrarse a algo, a alguien. Por pequeño, por cósmicamente insignificante que sea, siempre nos aferramos a algo. Y aunque la película termina como termina, eso siempre va a quedar. Una certeza que queda flotando en el ambiente, y perdura en el aire más, quizá, que el polvo y las cenizas de la ciudad.

La experiencia va a ser distinta para cada cual. Incluso de entre el grupo de personas que la vimos, a pesar de todos haberla “disfrutado” (si realmente se puede “disfrutar” en el sentido tradicional del término), cada uno de nosotros tuvo una impresión sutilmente distinta, al menos. Eso hay que tomarlo en cuenta: yo la amé desde el comienzo. Con todos mis átomos. Sin embargo algunos, muchos, dirán “¿qué? ¿esa vaina? ¡[inserte interjección local favorita]!” Y en eso igualmente radica parte de su genialidad: no deja a nadie indiferente. Nadie, o en el peor de los casos, muy pocos, dirá “ah, sí, bueno, una película ahí”. A menos que realmente no le guste el cine. La radicalidad de la propuesta se traduce en opiniones extremas, en la mayor parte de los casos. Y sí, es una propuesta radical: quizá no a primera vista, pero cuando se toman en cuenta todos los pequeños elementos atípicos que forman el núcleo de la obra, es imposible negar el riesgo al que se expuso el equipo creativo. Por eso no extraña que genere reacciones tan opuestas.

¿Tiene críticas? Claro. Muchas. Como cualquier otra obra. Como cualquier otra gran obra. ¿Es una película trascendental? ¿Merece ser nominada para algún premio? No lo sé. No importa. No busca ese objetivo. No es una película de Paul Thomas Anderson, ni una de Wes Anderson, ni de Sofia Coppola. Es un espectáculo, pero un gran espectáculo. Busca impactar, y lo consigue. Y, en el proceso, genera impresiones profundas. Al menos, lo hizo en mí. Una metáfora épica y abrumadora sobre nuestra condición. Ya la he visto dos veces, y las dos veces la he amado, y espero verla al menos dos veces más. Sólo espero que no haya secuela.

3 comentarios:

educacion-inclusiva dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
io dijo...

eeeee. el post mas deseado y nadie comenta. jum. muy mal creo que la espera bajo el rating de tu blog.jum.
haha lo mejor es el titulo.

Ricardo Cárdenas dijo...

hahahahha, sí xD