Soy un ansioso constitutivo. Es un rasgo biológico tan innegable como el astigmatismo o la miopía que me acompañan desde los doce años. He tenido que vivir con la ansiedad desde muy chamo, casi del mismo modo en que he tenido que vivir con las alergias. Hay una foto de mi primer día en el preescolar en la que muestro dos de mis signos clásicos de ansiedad: me muerdo los labios y me hago rollitos en el cabello y los arranco. Aunque todavía no he desarrollado un trastorno ansioso bien delimitado, de esos que tan claramente describe el DSM-IV-TR, no me extraña que, eventualmente, algún psiquiatra avezado me diga: "epa, chamo, usted tiene un tag; o un toc", o cualquiera de esas siglas tan prácticas. En fin. En eso estoy claro. Hasta ahora, más o menos hemos podido convivir: ella me quita mi serotonina, yo le quito su influencia paralizante. La ansiedad vive conmigo; yo vivo con mi ansiedad.
La ansiedad es uno de esos males necesarios que debemos acarrear los seres humanos como consecuencia de nuestra corteza cerebral; la evolución nos hizo una oferta: hermosos lóbulos cerebrales, con toda clase de capacidades, a cambio de uno que otro esquizofrénico y ansioso y maníaco-depresivo y obsesivo. Es un fenómeno interesante que se ha estudiado con muchas enfermedades, a nivel genético: para garantizar la permanencia de ciertos genes en el pool genético de la especie, esenciales para la supervivencia, algunos individuos, por leyes probabilísticas, muestran combinaciones de genes que determinan la aparición de ciertas enfermedades. Y, aunque parezca cruel, tiene todo el sentido biológico del mundo: algunos individuos se convierten, entonces, en chivos expiatorios de toda la especie, para que ésta pueda permanecer más tiempo en el planeta.
He pasado gran parte de mi vida tratando de limitar la influencia de la ansiedad en mis acciones, reduciéndola a mero bug biológico, a un extraño rasgo indeseable. Sin embargo, desde hace unos meses, he repensado un poco todo el asunto. ¿Qué tal si, en estos momentos, la ansiedad no es sólo un bug, un tic, un quirky feature, un indeseable bonus track; qué tal si, ahora, esta inquietud existencial constante tiene una razón de ser, tiene utilidad tangible como señal de alarma, qué tal si ahora está intentando alertarme sobre algo? ¿Qué tal si mis niveles bajos de serotonina, qué tal si mi histamina alterada me están diciendo algo? ¿Qué tal si realmente debería estar ansioso? ¿Debería escuchar ahora esa vocecita angustiada y necia? ¿Están tratando de decirme algo mis neuronas hiperkinéticas y bulliciosas? Probablemente sí. ¿He de hacer algo al respecto? Indudablemente. Y, aunque aun no sé exactamente qué, un embrión de plan va desarrollándose.